James Joyce: el artífice, el creador

James Joyce: el artífice, el creador

MUSEO NACIONAL DE BELLAS ARTES 1999

JAMES JOYCE  EL ARTÍFICE, EL CREADOR

Nancy Hagenbuch

“…el lenguaje se perfecciona cuando sabe jugar con la escritura.”
 Jacques Lacan

James Agustine Joyce, nacido el 2 de febrero de 1882 en las afueras de Dublín, capital de Irlanda, era el hijo mayor de una familia de clase media venida a menos por los desbordes de su padre John Joyce. Desde pequeño fue confiada su formación religiosa y académica a los padres jesuitas.
Llegado a los veinte años, en una carta dirigida a quien será su mujer, Nora Barnacle, se definirá como un exiliado de ese orden que lo precedió.
“Mi ánimo rechaza todo el presente orden social y el cristianismo. ¿Cómo podría gustarme la idea de mi hogar? Mi hogar ha sido simplemente un asunto de clase media echado a perder por hábitos de derroche que he heredado. A mi madre la mataron lentamente los malos tratos de mi padre, años de dificultad, y la franqueza cínica de mi conducta. Éramos diecisiete en la familia. Mis hermanos y hermanas no son nada para mí. Sólo un hermano (Estanislaus) es capaz de comprenderme. Hace seis años dejé la Iglesia Católica odiándola con el mayor fervor. Le hice la guerra en secreto cuando estudiaba y rehusé aceptar las posiciones que me ofrecía. Con eso me he hecho un mendigo pero he conservado mi orgullo. Ahora le hago la guerra abiertamente con lo que digo y hago. No puedo entrar en el orden social sino como vagabundo”.
Desde su exilio de Dublín, con Nora Barnacle, en 1904 no volverá a Irlanda. Residirá sucesivamente en Roma, en Trieste, donde nacen sus hijos Giorgio y Lucía, en París, y por último en Zurich donde muere en 1941. Durante ese largo exilio se entregará a escribir su obra literaria que consta de dos libros de poemas: “Música de Cámara” y “Poemas y manzanas”, una obra de teatro: “Exiliados”, un libro de relatos: “Dublinenses”, una serie de novelas: “Retrato del artista adolescente”, “Stephen el héroe” y sus dos obras más geniales:  “Ulises” y “Finnegans Wake”.
James Joyce se concibe fuera del orden que lo precedió.
¿No se trata acaso para todo creador de que un orden sea abandonado para crear otro nuevo?
El poeta introduce algo que hasta ese momento jamás había existido. Sin duda su estilo, su forma particular de tratar al lenguaje, no sólo ha dejado su marca en el mundo literario sino que se ha extendido a otros campos de la cultura. No resulta difícil reconocer su marca en el cine, en la música o en la pintura misma.
Esto me lleva a interrogarme sobre la creación.
Jacques Lacan en su Seminario La ética del psicoanálisis coloca en el seno mismo de la creación la introducción de un significante nuevo en oposición a otro, y su efecto va a venir a producir un nuevo orden en el mundo. La creación emerge alrededor de un vacío, ex nihilo.
¿Qué estatuto tiene la obra joyceana?
Sin duda James Joyce introduce con su arte un nuevo orden. Un orden que viene a establecer un antes y un después de él. Pero el escritor contaba con algo más que su don de creador. Desde muy pequeño su decisión era ser El Artista.
En su libro Mi hermano James Joyce, Stanislaus nos cuenta sobre el artista “… los elegidos son aquellos pocos espíritus que, conscientes de su valor, se imponen una disciplina a fin de convertirse en artífices de su propio destino, logrando así el ideal de orden y belleza”.
Esto nos remite al nombre de una de las novelas más leídas de Joyce: “El retrato del artista adolescente”. Ahí se propone no como un artista sino como El Artista.  Quizás esto sea lo propio de una idea que el mismo escritor irlandés sentía, que tras de sí y de su obra sólo quedaba una tierra yerma.

SU ARTE LO VALORIZA A EXPENSAS DEL PADRE.

James Joyce se ha concebido en sus novelas como vagabundo, y al mismo tiempo como héroe, como el artífice por excelencia. Así termina su libro El retrato del artista adolescente: “No será por más tiempo aquello en lo que naciera, llámese mi hogar, patria, o mi religión. Salgo a buscar por millonésima vez la realidad de la experiencia y a forjar en la fragua de mi espíritu la conciencia increada de mi raza”. Dirige esta plegaria a su padre,  quien sin duda se distingue por ser un padre indigno. James Joyce es el artífice, el que sabe lo que tiene que hacer. Con la creencia de tener la misión de forjar la conciencia increada de su raza.
James Joyce parte de su padre carente y por quererse un nombre logra con su escritura la compensación de esa carencia. Su nombre, que ha trascendido por cien años y que seguramente trascenderá por muchos más, es aquello que valoriza a expensas del padre.
Ulises es el testimonio de cómo sale a la búsqueda de un padre, de todas las formas posibles: carente, en el acta desgarrada, en el nombre que se ha envenenado. En el nombre del autor. Se pone  a buscar un padre de tal manera que no lo encuentra por ninguna parte…
Podemos leer en un capítulo de Ulises una referencia del padre de Bloom: “Es un judío renegado que viene de Hungría… Obtuvo el cambio de nombre por decreto, no él, el padre”. Él ha cambiado de nombre según una fórmula jurídica que se llama poll, es decir un acto / acta, pero poll define un documento que está recortado, desgarrado… Ha cambiado de nombre por un documento desgarrado ¿No es el nombre el que está desgarrado?
En otra parte del Ulises se da un juego de palabras en inglés entre el padre y el nombre. Suena como si fuera el nombre el que ha sido envenenado. Un nombre envenenado y que envenena.
También encontramos esta búsqueda en el capítulo de Circe del Ulises. Aparece el espectro del padre de Bloom con vetas de veneno en su rostro, quien se dirige a su hijo con el siguiente reproche: “¿Qué haces ahí en ese sitio? ¿No tienes alma? ¿No eres mi querido hijo Leopold que dejó la casa de su padre y dejó al Dios de su padre, de Abraham y de Jacob? Bloom contesta: Creo que sí padre. Monsenthal. Es todo lo que queda de él”.
Monsenthal está en referencia al nombre del autor de una pieza de teatro. Entonces, ¿qué es lo que queda de un hijo de un padre envenenado? Lo que queda es el nombre del autor.
En estos textos se va produciendo un juego de escondite con los nombres de los padres, esos nombres percibidos al pasar como Abraham, Jacob, entre otros. Este juego de escondites con los nombres de los padres de la cultura le permite desplazar cierto agujero de un texto a otro y va armando una escritura en forma de nudo. Eso toma forma de búsqueda y se ve el juego de escondidas entre el nombre del autor y la criatura a nivel del arte.
Podemos captar cómo Joyce esta cargado de padre, en la medida en que ese padre, él debe sostenerlo para que subsista.
Jacques Lacan plantea en el Seminario “Le sinthome” que Joyce con su arte hace subsistir no sólo a su familia, sino que ilustra lo que él llama my country. “El espíritu increado de su raza…”
Es en este sentido que Jacques Lacan se pregunta ¿en qué el artificio, el arte puede burlar lo que se impone del síntoma, La Verdad?
¿No hay con el arte una compensación de esta dimisión paterna?
¿No es acaso el nombre que le es propio lo que se valoriza a expensas del padre?
JAMES JOYCE: EL ESCRITOR ENIGMÁTICO POR EXCELENCIA.
El lector, al sumergirse en el mundo joyceano, se va encontrando con múltiples encrucijadas que el texto ofrece. El mismo Joyce decía: “lo que yo escribo no dejará de dar trabajo a los universitarios” ya que en el texto abundan innumerables enigmas. Es el escritor más enigmático de los últimos tiempos. Los universitarios se rompen la cabeza tratando de descifrar los enigmas que la obra contiene, y esto es justamente lo que este astuto poeta se propuso.
En Ulises escribe: “Si lo revelara todo perdería mi inmortalidad. He metido tantos enigmas y rompecabezas que tendré atareados a los profesores durante siglos discutiendo lo que quise decir, y ese es mi único modo de asegurarme mi inmortalidad”.
Donde más enigmas encontramos es sin duda en sus dos últimas obras: Ulises y Finnegans Wake. En este último, quizás sea, donde las ocurrencias del lector se multipliquen en torno a ese borde, esa juntura que constituyen las letras del Finnegans Wake. Esos sentidos innumerables que se le van otorgando resultan una misión imposible.
¿Qué logra James Joyce con este escribir enigmático? Esta forma de escribir que ocupara a los universitarios es esencial a su ego.
Si el ego es llamado narcisista es porque hay algo que soporta el cuerpo como imagen. Su escritura es esencial a su ego y Joyce lo ilustra en El Retrato del Artista Adolescente, en la escena en que Stephen se encuentra con un grupo de camaradas, con quienes no comparte sus ideas literarias, por lo cual lo atan a un alambre de púas y le pegan una regia paliza. Después de esta aventura el poeta se interroga, ¿qué ha pasado que no guarda ningún reproche? Él constata que todo el asunto se ha evacuado, el cuerpo le resulta como una mondadura, lo siente como cáscara que cae. ¿Qué nos indica esta escena?
Una cierta relación con el cuerpo. Esta forma de dejarse caer nos da la pista que la imagen del cuerpo no está interesada. Lo cual señala que el ego en este caso tiene una relación muy particular.
Es por el artificio de su escritura que algo se restituye. Es su escritura, llena de enigmas, que ocupará al mayor número posible de lectores, quien tiene una función reparadora.
Esto me remite a uno de los pasajes del Ulises – “Tal como nosotros, o la madre Dana, tejemos y destejemos nuestros cuerpos… así el artista teje y desteje su imagen. Y tal como las verrugas en mi tetilla izquierda están donde estaban cuando nací, aunque mi cuerpo se ha tejido de nuevo material una vez y otra vez, así a través del padre inquieto resplandece la imagen del hijo que no vive. En el instante de la imaginación… eso que era yo es lo que soy y lo que en posibilidad puedo llegar a ser”.

LA ESCRITURA DE JAMES JOYCE. LA LETRA EN PSICOANÁLISIS.
En el psicoanálisis el concepto de escritura tiene una larga teorización que J. Lacan desarrolla a lo largo de su obra como por ejemplo en su artículo La Instancia de la letra en el Inconsciente hasta en los últimos trabajos como Lituraterre donde interroga la relación entre psicoanálisis y literatura. Ahí encontramos cómo la escritura, la letra es el apoyo, el referente para el sujeto del inconsciente.
La letra es algo trenzado por el accidente de una historia y el inconsciente un saber hacer con lalengua materna.
Resumiendo, la letra, lo que se escribe, pertenece al registro de lo real. El significante a lo simbólico.
¿Por qué como psicoanalistas recurrimos a James Joyce?
Porque él muestra cómo el lenguaje se perfecciona cuando sabe jugar con la escritura. En su obra encontramos cómo la letra se resiste a ser traducida. Por lo que se nos impone leer a la letra. Que es justo lo que los psicoanalistas tenemos que hacer en nuestra práctica.
Así, en la obra joyceana encontramos cómo los significantes encajan unos con otros, se aglomeran, se entrechocan. Tanto en Ulises como en Finnegans Wake se produce algo que como significado puede parecer enigmático. El sentido allí se pierde. Lean las páginas de Finnegans Wake, nos invita Lacan, sin tratar de comprender, eso se lee. Eso se lee porque uno siente el goce de aquél que lo ha escrito. El goce es lo único que podemos atrapar en sus textos.
He intentado leer este libro que a James Joyce le llevó 17 años escribir y al que llamó Work in progress, realmente se cae de las manos.
Nunca se había hecho literatura así. Su escritura reposa sobre la letra, bordea lo real. Lo real se define como lo opaco, lo imposible, lo que excluye todo sentido. Joyce se desliza de la letter a la litter: de una letra traducida a una indecencia. Él mismo juega con la letra como basura.
Joyce juega con la escritura y de esta manera perfecciona el lenguaje.
Se sirve de una lengua entre otras que no es la suya, porque la suya es una lengua borrada del mapa, la gaélica, de la cual conocía algunas trazas suficientes como para orientarse, pero no mucho más. Se sirve de la lengua inglesa, de esa lengua que pertenece a los opresores de Irlanda, al imperio Británico. Se sirve de muchas lenguas. Sólo en el Finnegans Wake utiliza alrededor de doce lenguas distintas.
A partir de él la lengua inglesa ya no es la misma. Su escritura marca una fecha. Tiene valor de marca. Hay un antes y un después de Joyce. Con su escritura él se inscribe en la cultura como creador de un estilo absolutamente nuevo. Es el artífice, es quien sabe hacer con su escritura.
Con este artificio él se hace un nombre: James Joyce para la posteridad…